El 23 de agosto de 1989 una noticia llenó de felicidad a Rosario, y más precisamente a la familia Sánchez. Habían nacido trillizos: Etel, Sofía y Tomás. Las dos mujeres, a los 8 años, empezaron a practicar natación en el Club Gimnasia y Esgrima de esa ciudad. Al poco tiempo vieron que una amiga hacía coreografías en el agua y se interesaron por el tema. Primero preguntaron y luego se animaron a hacerlo. Desde entonces, nunca más se alejaron del nado sincronizado. Lo que por entonces seguramente no imaginaban era que iban a ser las primeras en representar al país, en esa especialidad, en un Juego Olímpico: el de Londres 2012. Se ubicaron 22ª, entre las mejores 24 del mundo.
CERRA, MUY ENOJADO CON SU ACTUACION
Su fastidio era evidente. Su rostro no lo podía ocultar. Ni siquiera cuando estaba en el podio y recibió la medalla (se la entregó el secretario general del Comité Olímpico Argentino y vicepresidente de la ODESUR, Mario Moccia). Más aún se notó cuando habló.
Juan Ignacio Cerra arribó a Santiago con la esperanza de treparse a lo más alto del podio y terminó subiendo al escalón más bajo. “Estoy muy enojado. La competencia no fue lo que esperaba. No le encuentro explicación a esta actuación, porque en la semana previa estaba muy bien. Realmente salió mal la cosa, la veo como un fracaso”, se sinceró.