El compromiso de los deportistas argentinos en Londres 2012 se comprobó en sus respectivos escenarios de acción, en cada contacto en la zona mixta, en la propia Villa Olímpica. Había que ver, por ejemplo, a dos ilustres de la Generación Dorada como Emanuel Ginóbili y Luis Scola heridos en su orgullo tras perder la medalla de bronce ante Rusia. A las Leonas, con su satisfacción de plata y sus lágrimas por no haber conseguido la de oro. A Germán Lauro y su formidable evolución en lanzamiento de bala. A la pericia de Calabrese y De la Fuente en las aguas de Weymouth. A la pasión corporizada en las patadas y puños de Sebastián Crismanich, el taekwondista dorado. Al propio Juan Martín del Potro, que si bien se mueve en un ámbito hiperprofesional, lloró sobre la hierba de Wimbledon como el más amateur, tras subirse al tercer puesto en singles.
Una experiencia inolvidable para una delegación albiceleste que entregó todo, con más o menos chances de triunfo según cada caso.
Los Juegos de Río 2016 esperan a la Argentina con mayores perspectivas de crecimiento.
Gastón Saiz
Diario La Nación