Este cronista no tiene la menor duda de que la mitad de las notas que escribió en Londres las armó sentado en uno de los tantos micros de la organización. Allí, con la pantalla doblada por el respaldo de adelante, en posiciones oblicuas poco amenas para la espalda y con decenas de colegas de todo el mundo en la misma situación o durmiendo a más no poder, las teclas de la notebook no paraban de sonar. Era preferible tardar más de una sede a la otra yendo en micro antes que no poder adelantar trabajo en el subte.
"Mirá por dónde estamos pasando y nosotros laburando como perros", comentó un colega argentino en un viaje desde el Hyde Park al Centro de Prensa. Honestidad brutal. A veces se levantaba la vista de la pantalla para advertir que el micro pasaba cerca del Támesis, el Palacio de Buckingham o el Tower Bridge. Es que si no se escribe a lo largo del día, hacerlo todo junto de noche es una misión imposible.
Un párrafo aparte merece la anécdota de un día lluvioso, cuando Juan Manuel Trenado (La Nación) y este cronista perdieron por un minuto el micro que iba de Earl's Court al MPC. ¿Tiempo perdido? Para nada. Cada periodista se apostó, parado, en la entrada de dos edificios bajos, abrió la computadora y se puso a escribir cerquita de la basura.
Cubrir entre tres y cuatro participaciones argentinas por día requería control preciso de los horarios de los micros y estados mental y físico acordes a la exigencia. "¡Qué suerte que tenés que vas a Londres!", había sido el comentario de amigos en la previa. Con otros sinónimos para "suerte", claro. ¿Cómo explicarles que durante 17 días no se hace otra cosa que trabajar, juntarse a cenar para relajar la cabeza y, obvio, dormir? Si no, al otro día, no hay recambio.
En pocos momentos se para la pelota, se respira tranquilo y se toma conciencia del lugar en el que se está. A quien escribe estas líneas le ocurrió en las dos ceremonias. En la inaugural, cuando se pudo sentar en una ubicación sin pupitre, levantó la vista y observó esa granja que estaba siendo reproducida en el centro del estadio olimpico. Entonces sí pensó en quienes saben de verdad lo que eso significaba para quien a esa altura dejaba caer unas lágrimas por sus mejillas. Y en la ceremonia de clausura, por ser el broche de una cobertura inolvidable.
Para quienes están detrás del deporte olímpico durante cuatro años y no solamente a poco de un Juego, época para ocasionales interesados que después desamparan a quienes trataban de "amigos", los Juegos Olímpicos son una experiencia inigualable. Y no son para cualquiera. Hay que vivirla para entenderla. Y disfrutarla, claro.
Hernán Sartori
Diario Clarín