Se trata de Ibrahim Al-Hussein, de 27 años, quien reconstruyó su vida y su identidad como atleta en Atenas, su nuevo hogar.
Al-Hussein creció en la provincia siria de Deir Ezzor, en la frontera con Irak. Su padre, entrenador de natación, le inculcó el amor por el agua a él y a sus 13 hermanos. De pequeño su vida giraba entre la natación, el básquetbol y el judo. Ibrahim siempre soñó con participar de un Juego Olímpico hasta que la guerra interrumpió su carrera deportiva.
En 2012, trató de ayudar a un amigo que había sido gravemente herido durante un bombardeo, y terminó siendo golpeado por una bomba. Su pierna derecha debió ser amputada desde la mitad de su pantorrilla hacia abajo. Un año después, huyó a Turquía donde comenzó a recuperarse. En 2014, llegó a la isla griega de Samos, después de cruzar el mar Egeo, en un bote de goma.
Visiblemente emocionado y rodeado de periodistas, fotógrafos y espectadores, Ibrahim sostuvo: “Es un gran honor. Estoy logrando uno de mis mayores sueños, mi sueño de más de 20 años se está convirtiendo en realidad”.
“Estoy llevando la llama por mí mismo y también por los sirios, por los refugiados de todo el mundo, por Grecia, por el deporte, y por mis equipos de natación y básquetbol. Esta oportunidad que tuve hoy fue única. Se lo dedico a todos los refugiados”, agregó Al-Hussein.
Ya instalado en Grecia, Ibrahim volvió a involucrarse en el deporte y actualmente entrena los 50 metros libre y es parte de un equipo de baloncesto en silla de ruedas en Marusi, un suburbio de Atenas. “Mi objetivo es nunca darme por vencido, seguir siempre hacia adelante. Y eso lo puedo lograr a través del deporte”, dijo el atleta.
La llama fue encendida el 21 de abril en una ceremonia en Olimpia, el sitio de los antiguos Juegos Olímpicos. Ibrahim pasó con la llama a través de Eleonas, un sitio de alojamiento temporal en Atenas para unos 1500 refugiados.