Haber participado del programa de Jóvenes Periodistas y representado a la Argentina en los Juegos Olímpicos de la Juventud de Nanjing 2014 ha sido un privilegio y una experiencia inolvidable.  Estoy eternamente agradecida al Comité Olímpico Internacional (COI) por haberme seleccionado y al Comité Olímpico Argentino (COA) por haber apoyado mi candidatura y haber confiado en mis cualidades como persona y como profesional.

 

 Incertidumbre y ansiedad eran mis sensaciones previas al comienzo de los Juegos. Hasta que llegué a China no había tomado verdadera conciencia de la magnitud de este viaje y de la inmensidad de esta oportunidad única.  Sabés que se trata del máximo evento deportivo, social  y cultural del mundo, pero no es hasta llegar ahí que se siente el impacto de formar parte del mundo olímpico.

Partí rumbo a Nanjing con la valija colmada de sueños y expectativas. La posibilidad de cubrir mi primer Juego Olímpico me embargaba de felicidad. Pero lo que me generaba todavía una mayor ilusión era la oportunidad única que se me presentaba de convivir con sus protagonistas en su mismo corazón: la Villa Olímpica. Sin embargo, me aguardaba, si eso era posible, una experiencia aún más emocionante.

 

Luego de dos cansadores días de vuelo, arribamos junto con mi compañera y amiga Carolina Cabella al Aeropuerto Internacional de Shanghái Pudong, donde ya tuvimos nuestro primer contacto con los atletas y oficiales de las delegaciones del mundo. Nos recibieron dos voluntarias que, como sería habitual en los días venideros, nos ayudaron con absoluta disposición y alegría. Aunque el inglés no era su fuerte (como tampoco lo sería para la mayoría de los voluntarios chinos), siempre encontrábamos la forma de comunicarnos. Un mapa que me acompañaba a todas partes y algunas palabras en chino que aprendería en las siguientes semanas, serían sin dudas indispensables para esa tarea. En especial cuando mis gestos y ademanes, que se tornaban cada vez más desesperados, no obtenían otra respuesta que expresiones de absoluto desconcierto en los rostros de los siempre presentes voluntarios.